lunes, 27 de junio de 2016

Todos Genios

"Don't make me laugh"
Shao Khan



Round 1

Cuando Lucas Matthysse perdió la pelea contra Viktor Postol, yo estaba con unos amigos sentado en un sillón entre birra y comida casera. El K.O. fue contundente: Lucas prefirió quedarse en la lona para cuidar su ojo, el cual había recibido un fuerte impacto que había puesto en riesgo la retina del boxeador. En el momento en que desistió de la pelea, mis amigos estallaron en críticas. “¿Pero como te vas a bajar de la pelea por un golpe?”, “poné huevo, ¡estás peleando por el título!” decían algunos, junto con otras frases similares de reproches y frustraciones porque un argentino más había perdido.

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El viernes pasado, como un viernes cualquiera, fui a entrenar. Al llegar al gimnasio la autoridad de la clase me dijo “Vendáte. Vas a hacer guantes con Elías”, por lo que dejé automáticamente de saltar la soga para cumplir con el pedido del entrenador. Elías es un púgil de 20 años y tiene 3 peleas como amateur, y practica para ser profesional algún día. Yo, en cambio, hago símil-recreativo, y a veces actúo como bolsa de papa de los que entrenan para competir de verdad.

Cabezal, protector bucal y guantes de doce onzas, y me subí al ring (“subir” y “ring” son formas de decir: en el gimnasio no nos habilitan las condiciones necesarias para hacer boxeo como dios manda). 

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Round 2

¿Pero cómo explicarle a los pibes lo que es boxear, lo que es tener a un tipo en frente que te está pegando con todas sus fuerzas, que te quiere en el piso, y a veces te quiere matar? ¿Cómo explicarle a las personas lo que es estar ahí arriba, dando y recibiendo, con los ojos de otros mirando, con la integridad y el cuerpo apostados en el golpe del otro y en el propio, con nervios, siendo un gladiador para el deleite de las masas? ¿Cómo indicar el tiempo invertido, la destreza que se necesita adquirir con la cual no se nace, el sacrificio realizado por el deportista, el entrenamiento realizado para llegar a donde llegó? 

Si tan solo hubiésemos escuchado antes a Tévez opinar sobre Cristiano Ronaldo...

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No habían pasado ni 30 segundos, cuando me comí un cross de derecha de mi contrincante, directo en la pera. El golpe me descolocó. De repente estaba mareado pero, aunque flojito de papeles, pude recuperar la estabilidad rápidamente para seguir bancando los golpes y largar alguno cada tanto. El otro no se cansó nunca de boxearme. Entraban todas sus piñas, me trabajó el cuerpo con unos ganchos y conectó, con mucha puntería, varios golpes en la cabeza. Yo, con la mano pesada por estar desacostumbrado a los guantes más pesados y sin fuerza, apenas lo podía acariciar. La pelea no pasó del segundo round. Estaba sin aire.

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También, muchas veces, los que la ligan son Messi o el director técnico de moda.

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Round 3

Cada vez que recibo un golpe al practicar mi patético boxeo, me acuerdo de los profesionales y cómo se los critica. Me acuerdo de la rodilla de Maravilla Martínez. Me acuerdo de como esquiva Mayweather. Me acuerdo de la mandíbula de Khan descolocada por Canelo. Me acuerdo del pómulo de Lucas. Cada vez que recibo una piña mi admiración hacia ellos crece y mis críticas son más profundas y sensatas, para con ellos y conmigo. 

Los impactos en la cabeza me vuelven más sabio y más humilde.

Lo que muchos no observan es que luego de toda pelea, en Las Vegas o en el ring de Jara e Independencia, los luchadores se saludan al terminar. Algunos se abrazan y se felicitan. Como Floyd y Pacquiao, protagonistas de la pelea del siglo, o como Elías y yo, el viernes pasado. Eso responde a un sentimiento noble, que pocas personas desarrollan, y que se denomina respeto. 

Pero solo se puede tener respeto a lo que verdaderamente se entiende y se conoce. Al resto de las cosas que a uno lo superan, o se les teme o se las agrede. Como a un boxeador que pone en riesgo su cráneo, o como a un Messi, a quien estúpidamente los argentinos cargan con la responsabilidad de ensanchar la grandeza nacional por fuera de las fronteras del fútbol.

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Volví a casa y seguía mareado. Aterricé en el sillón como un astronauta en la luna. Me dije a mí mismo “tengo que aflojar con esto, ya no es para mí”. Estaba completamente roto y desahuciado. 

Y cansado. Me habían vencido.

La piña en el ojo de Matthysse me había vencido a mí también. Él perdió, al igual que yo, aunque comprendí que no había nada que recriminarle.

Tampoco había nada que recriminarme a mí: la birra en demasía produce mareos.